¨ * - El Rincón de la ilusión - * ¨

Muerte. Fría y sutil te acercas a mí. Despacio, muy despacio erizas mi piel porque te siente venir.
Muerte, en tus grandes ojos los míos están fijos, taladrando tu frialdad, indagando en el olvido que me envuelve el mirarte. Y estoy inmóvil, como el esqueleto de un árbol seco y muerto abandonado en la penumbra. Y así, siento un mudo anhelo de gritar. Pero mi cuerpo ya no aguanta, no soporta el dolor. No soporta un golpe más, un azote más, sólo está esperando tu estocada final. Y siento el aire recorrer mi casi muerta piel, tan maltratada, y ese simple acto es como dagas horadando mi cuerpo. Nunca sentí tanto dolor de tu parte. Así que es mi alma quien se arrodilla ante ti, es tanto el dolor que no me importa ceder a tus designios. Ahora eres mi verdugo, mi muerte, mi Zeus. Eres el dueño de mis pasos, de mis pensamientos, de mi alegría ahora muerta, de mi dolor resplandeciente. Eres el director, el forjador, el creador del cruel destino que inminente vuela a mí.
Sí, eres eso y mucho más. Y sin embargo, soy yo tu combustible, tu alimento, tu primera necesidad. Y es por ello que ahora muero invadida de odio e ira sin fin, pues me despojaste de toda la inocencia que poseía, de toda la vitalidad que dirigía y caracterizaba a mi alma. Tanto te alimentaste de mí sin darme algo de vuelta que ahora me he vaciado, has desalojado todo el amor, el cariño y la pasión que yo irradiaba, ahora solo la voluntad de morir se encuentra en mí.
Y es extraño tu sentir, tu forma de vivir, de llevar las cosas. Es extraña tu forma de hacerme sentir. Eres cual ráfaga de viento, sí, vas y vienes sin cesar. Construyendo y destruyendo, acariciando y seduciendo, refrescando y sofocando. Y en medio de ese desorden destruyes tu propio ser, pero como no puedes acabar contigo mismo, buscas a alguien que lo haga por ti.
Sí, me elegiste. No sé por qué, pero lo hiciste. Solamente que ya es tarde, estoy muerta ¿No lo ves? Ya no hay nada, la vida de mi interior desapareció, se fueron las fuerzas y el anhelo es un recuerdo lejano, sólo quedan ganas de morir… Pero… ¿Sabes algo? Nunca sentí tanta libertad, mis ataduras ya no están, y eso me hace feliz. Ahora ya soy libre de acabar con tu misión, de finalizar esa horrible y dura encomienda que pusiste en mis manos. Ahora mis ojos destellan fuego, llamean, quieren venganza, ¡Y eso les daré! Ya no soy la inocente niña y la casta mujer. He cambiado mi pureza por la fuerza destructiva de tu rayo. ¡Oh Zeus! Soy yo la Verduga de tu vida, y soy yo misma tu tesoro más preciado. Que irónica visión. Pero no quiero más palabras, ni tus ganas ni tu pasión. Ya lo único que quiero es acabar con esta lenta y dolorosa agonía. De modo que me giro hacia ti descargando mi dolor, mi ira, mi frustración. Me giro y desahogo todo el daño que me hiciste y que destruye, carcome y deforma mi razón. Me giro e impacto vehementemente tu alma, tu cuerpo y tu mente, para robar tus últimos suspiros.
Y fijo mis ojos en tu mirada esperando tu pronta e irremediable muerte. Pero no se acaba, no transcurre el tiempo, no culmina este nefasto segundo que tortura mi corazón. Y cuando ya no aguanto más… percibo un brillo allí, en ti, en tu mirada, en tu rostro pálido y moribundo. ¡No! ¡No puede ser verdad! ¡No puede ser verdad que exista amor en ti! ¡Que me quieras! Simplemente me niego a aceptarlo. Sino ¡¿Por qué me destruiste?! ¡Por qué!
¡Respóndeme!...
Pero el último suspiro se extingue sin más, y mueres en mis brazos sin decirme el por qué. Y lo único bueno de esto, es que mis fuerzas ya no dan para más e irremediablemente muero en tus brazos fríos sin poder yo descansar.



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